Teuchitlán, Jalisco
Una fosa que debería ser el grito de un país entero
ACTIVISMO Y PARTICIPACIÓN
Allison Abigail Vázquez Herrera


"En el corazón de México, donde la tierra guarda secretos oscuros, una fosa común nos recuerda la magnitud de la crisis de violencia que vive el país".
Han pasado algunos días desde que México se vio envuelto nuevamente en un doloroso recordatorio de la tragedia que millones de familias enfrentan a diario: la búsqueda interminable de sus seres queridos desaparecidos. Este hallazgo no es más que una larga lista de tragedias que han marcado la historia reciente del país. En esta ocasión un colectivo llamado GUERREROS BUSCADORES DE JALISCO, encontró en el Rancho Izaguirre ubicado en la comunidad de Teuchitlán tres campos de exterminios, presuntamente usados por el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) como centros de adiestramiento, confinamiento y exterminio de cuerpos, esto no solo significa un testimonio de la brutalidad de los carteles, sino también una parte de la descomposición que atraviesa una parte de la sociedad mexicana.
Este hallazgo sin duda a todos los mexicanos nos ha dejado sin palabras pues pone al descubierto la dimensión de una guerra silenciosa que ha llevado a miles de personas a la desaparición forzada, queda claro que en México la violencia no solo es un problema de cifras, sino una tragedia humana que afecta a miles de familias, que buscan a sus seres queridos con la esperanza de encontrarlos, aunque el dolor de la incertidumbre sea su mayor compañía.
No puedo describir la impotencia que sentí al ver, en las redes sociales, las fotos de las prendas y objetos que pertenecían a las víctimas encontradas en los campos de exterminio de Teuchitlán. Esos objetos, que alguna vez fueron parte de su vida cotidiana, ahora son los tristes recuerdos de personas que solo buscaban un futuro mejor. Y me pregunto, ¿tan mal estamos como país para que algo así ocurra? ¿Por qué hay mexicanos que, para encontrar un empleo y llevar el pan a su casa, deben arriesgarse a recorrer caminos inciertos y peligrosos, tan alejados de su hogar? ¿Por qué en pleno siglo XXI, la búsqueda de un trabajo digno se convierte en una sentencia de muerte?
¿Qué estamos haciendo como sociedad para que el simple acto de trabajar se vuelva tan peligroso, que miles de vidas se pierdan en manos de la violencia sin que nadie rinda cuentas?
Y es que esto vuelve a ser no solo una tragedia, sino la misma historia de impunidad de miles de años, como en nuestros antecedentes con los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, si algo hemos aprendido con los años es que, en México, las víctimas no solo enfrentan la violencia, sino también la indiferencia de un sistema que se ha mostrado incapaz de garantizar justicia. Los hallazgos en Teuchitlán son un reflejo claro de una realidad donde los crímenes no son investigados con la urgencia que requieren y donde los responsables rara vez enfrentan las consecuencias de sus actos. En lugar de justicia, encontramos obstáculos, trabas burocráticas y un largo proceso de olvido, donde las familias de las víctimas se ven obligadas a tomar el asunto en sus propias manos, como lo hicieron las Madres buscadoras y los Guerreros Buscadores de Jalisco. Este hallazgo es solo un capítulo más en una larga lista de tragedias que jamás deberían haberse repetido. Pero la impunidad sigue siendo el denominador común: los responsables, la mayoría de las veces, permanecen en la sombra, y la sociedad, en su dolor, sigue buscando respuestas sin que lleguen a tiempo.
Pero, más allá de la impunidad, hay otra realidad innegable que subyace a todo esto: la pobreza condena. La violencia, las desapariciones y la explotación no son solo consecuencias del crimen organizado, sino de un sistema social y económico que margina a las grandes mayorías. La falta de oportunidades laborales y el escaso acceso a servicios básicos son moneda corriente, las personas se ven obligadas a tomar decisiones extremas. Muchos tienen que alejarse de sus hogares en busca de trabajo, a menudo en territorios controlados por los mismos criminales que se aprovechan de su desesperación. La pobreza los empuja a tomar riesgos mortales, a exponerse a la violencia sin tener otra opción para sobrevivir.
La pobreza condena, porque obliga a los más vulnerables a vivir al margen de la ley, donde sus derechos son pisoteados y sus vidas se convierten en moneda de cambio para los criminales. Los migrantes internos, los trabajadores rurales, las madres solteras que buscan cómo llevar comida a sus hijos, todos ellos se encuentran atrapados en un sistema que no solo los ha dejado atrás, sino que los ha puesto en una situación donde, literalmente, su vida vale menos que un cartel . Y esta condena, alimentada por la desigualdad económica, es el caldo de cultivo perfecto para que la violencia se siga reproduciendo, sin que haya un fin a la vista.
Aquí es donde la comentocracia juega un papel fundamental. En lugar de un sistema democrático que promueva la justicia, la igualdad y el bienestar social, hemos sido testigos de una pseudo democracia, donde la política se reduce a una comedia de intereses, a un espectáculo mediático donde los problemas reales de la gente se vuelven secundarios. En lugar de un compromiso genuino por mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos, los políticos y las autoridades se han convertido en actores de una comedia que, lejos de buscar soluciones, se empeñan en seguir simulando el cambio. La impunidad y la violencia persisten, en parte, porque quienes están en el poder prefieren gestionar la percepción y no la realidad. La comentocracia nos ha llevado a un callejón sin salida, donde las promesas de justicia y equidad se quedan en el discurso, mientras la sangre de las víctimas sigue derramándose.
Es imposible no sentir un nudo en el corazón al pensar en las víctimas de Teuchitlán, en esas vidas que fueron arrancadas de manera brutal. Cada prenda encontrada, cada objeto de esas personas inocentes, nos habla de una vida truncada por la desesperación y la violencia. Pero también nos enfrenta a una pregunta dolorosa: ¿qué hemos hecho como sociedad para permitir que esto siga ocurriendo?
Sabemos que la violencia, la impunidad y la pobreza no son problemas aislados, ni fáciles de resolver, pero también sabemos que el cambio comienza por reconocer la tragedia y decidir que no podemos seguir ignorando el sufrimiento de nuestras comunidades. No podemos seguir mirando hacia otro lado mientras tantas personas viven con miedo, buscando sobrevivir a un sistema que los ha abandonado.
El gobierno tiene una responsabilidad fundamental. Las autoridades deben hacer un esfuerzo real por erradicar la impunidad, y dejar de ser cómplices de un sistema que perpetúa la violencia. Necesitamos que la justicia llegue a todos, que los responsables de estos crímenes no sigan sin ser tocados, y que las víctimas finalmente encuentren la paz que merecen. El gobierno debe priorizar políticas públicas que realmente aborden la raíz de la pobreza y la violencia, y que promuevan la igualdad de oportunidades para todos los mexicanos, especialmente en las regiones más vulnerables. No se trata solo de dar respuestas inmediatas, sino de construir un futuro donde nadie se vea forzado a arriesgar su vida por un trabajo digno.
Pero el cambio también depende de nosotros como sociedad. No podemos seguir permitiendo que la indiferencia sea el caldo de cultivo de la violencia. Es hora de unirnos, de exigir justicia, y de ser los defensores de quienes ya no pueden alzar la voz. Cada acción cuenta: desde apoyar a los colectivos que buscan a los desaparecidos, hasta exigir más y mejores políticas que protejan la vida y los derechos de todos. Solo así podremos construir un país donde la violencia no sea la norma, y donde las víctimas, como las de Teuchitlán, encuentren finalmente la justicia y el reconocimiento que tanto necesitan.
El momento de cambiar es ahora. Es hora de dejar de ser espectadores de la tragedia y convertirnos en protagonistas de la solución. La paz, la justicia y la dignidad no son solo un derecho, son una responsabilidad compartida. La tarea es grande, pero si cada uno de nosotros pone su granito de arena, podremos hacer de México un lugar más justo y seguro para todos.
"Mientras sigamos ignorando el sufrimiento de los demás, la sangre derramada será la herencia de todos."