PROVIDENCIA
ARTE Y CULTURA
Hugo Arreola


Baja el segundo pie del autobús que la alejó de la ciudad que evoca su imaginación. Ahora se encuentra en aquella que evoca, más bien, la memoria, frágil y lastimada. Que se configura como un rompecabezas, producto de incontables fracturas en la superficie. Grietas que han dividido lo que antaño jamás vio como compuesto. Inhala con un trémulo terrible en el pecho.
En lugar de aire junta unas gotitas en los ojos que no llegan a lubricar más que a irritar. Y, si acaso en esa calle existe el aire, le llega como un hilo que ha comenzado a enredarse obstruyendo la tráquea. Los coches le ladran con fuerza. De las coladeras sale un terrible hedor que la envuelve y recubre la capa de perfume azucarado que se echó en la mañana. Se lo regaló una amiga de quien se le olvidó el rostro hace unos 4 años. Siempre lo tuvo en su cajita roja. Eau de Parfum. 3.33 onzas líquidas. 100 mililitros. Hoy, quizás 16. Si bien le va. De salida son iris, bergamota, flor de arroz y notas verdes; de corazón son orquídea, jengibre, ruibarbo, flor de loto y azucena; de fondo son sándalo, ámbar y almizcle. Pero en la piel solo se forma un aroma pobre y desanimado. No es capaz de modificar un poco el ambiente. Baja la mirada.
Ve por dónde pisa y se encamina. Piensa que el cielo, por lo menos tiene el gusto de ser el mismo. Entonces el sol le deja de quemar y le comienza a calentar la cara. Una de las últimas caricias que ha sentido, le llega con un golpe ultravioleta capaz de alterarlo todo. Pero por piedad no lo hace. Por cualquier cosa, se echó una cremita que se antojaba densa y que de algo debía servir. Por favor. Que algo ya por fin me sirva de algo. Se le olvida que anoche Silvia le puso un tinte nuevo, y que éste se fijó muy bien. Al llegar a bañarse notó que apenas un chorrito salía colorado. Rojo Manzana. Fórmula renovada. Siempre lo había querido así, pero, miope por dolor, es incapaz de ver de cerca esas cosas. Tampoco a la distancia es buena su visión. ¿Cómo no pudo ver venir la muerte de su hijo? Si se crecía en el horizonte como un humo producto de la quema de plásticos. ¿Es que el cielo ya llevaba mucho tiempo gris? Tampoco pudo ver venir a su marido por la puerta, con aquella camisa que tanto le renegó y juró nunca ponérsela casi al borde del berrinche, avisarle que ya se iba a largar de esa casa, que poco tenía de hogar para él. Y que resultaba estéril para la nueva vida que quería formar. Ella no escuchó con quién, aunque él, rencoroso, le hizo el favor de decírselo en 3 ocasiones. Dice que escuchó cómo el alma se le salía de las orejas. Cómo la sangre se le espesaba. Cómo las tripas se le retorcían. Escuchó muchas cosas más. Por suerte, no al marido. Quien ya con lágrimas y cobardía sacaba a cuento lo del hijo. Pero resultaba en balbuceo barítono e imposible de comprender para quien así quisiera. Como sea, la visión a medio punto le dio para reconocer aquella licorería en la que trabajaba su hermana. Vinos y Licores La Esperanza. Seguramente el más noble y respetable de los negocios de esa cuadra, entre ellos una guardería.
A partir de ahí, era pura inercia y cuestión de tiempo para estar frente a Azucenas, 101. Colonia Nuevo Mundo. Castillo del dolor incrustado entre una estética con carteles en colores neón y una ferretería ya de años cerrada. Atraviesa la puerta y el corredor que sirve para ajustar las córneas a la luz tenue del espacio. Las plantas parecían haberse congelado en el tiempo, cargadas con el mismo polen de hace 14 años. La sala no ha cambiado, solo está más opaca por el polvo. Lucía, ya no le chilles tanto a ese señor. Por favor. Ya tienes días sin presentarte con Don Ignacio. No le hagas eso, y tampoco le hagas eso a tu pobre hijo. Las fotografías aguantan la sonrisa. La quieren bajar. La miran. Abuelos, padres, tíos, primos y conocidos. Pero ella se pierde mirando su reflejo en la televisión. Comprimida a un costado. Siempre al margen del mundo. Recoge las cosas y las guarda en su bolsa color vino. Cierra la puerta clausurando la bóveda. Al salir nota aquel pie de elefante que se consiguió a los 22 años junto a un helecho hembra. Se acerca a observar. Lo nota un algo más grande, no mucho, pero en el costado derecho se ha formado una grieta, y el pie comienza a abrirse paso hacia un mundo un poco más grande.